La Sala de Juntas

El coche que me mandó aquel cliente era un mercedes negro limpísimo con un chofer joven vestido con su traje negro y corbata que me esperaba fuera de casa mientras se fumaba un cigarrillo.

Aquella noche estaba contenta, había descansado mucho y sólo tenía esta salida, a un cliente conocido y muy majo con el que me lo pasaba siempre muy bien y que solía acompañarme de vuelta en su coche.

Cuando me acomodé en el asiento trasero me di cuenta de que tenía mi vestido subido por encima de los muslos, lo que dejaba verse parte de mis braguitas celestes. Me di cuenta porque vi los ojos del conductor mirando fijo desde el retrovisor mis piernas hasta donde dejaban verse.

En un principio traté de cerrar las piernas y bajarme el vestido, pero estaba relajada y feliz, así que opté por mantener la posición permitiendo que mi acompañante al volante se divirtiera un poco dando gusto a su mirada y ofreciéndole material para la paja que se haría cuando llegara a su casa.

De cuando en cuando subía un poquito la ropa de un lado o del otro, o incluso me rozaba los muslos con la mano subiendo poco a poco hasta el centro de mis bragas impecables, de diseño, que marcaban mis otros labios y dejaban transparentar el pequeño triangulito de pelo que dejaba sin rasurar porque sabía lo que les gusta a algunos caballeros de edad madura.

Fue un trayecto en silencio, como si ambos estuviésemos ajenos a lo que el otro hacía, aunque él joven chofer disimulaba lo que podía, estuvo todo el trayecto dando placer a su vista y seguro que imaginando lo que me iban a hacer una vez me llevase a mi destino…la verdad es que por mucha imaginación que tuviese nunca hubiese podido imaginar lo que me pasó y por lo que tuve que pasar ese día…

Llegamos al edificio de oficinas donde trabajaba, yo supuse que bajaría a por mi y nos iríamos como siempre a unos apartamentos cercanos y muy discretos donde nos tomaríamos una copa, nos ducharíamos juntos y haríamos nuestras cosas, pero esta vez era distinto, él me observaba por una ventana de los pisos altos y me llamó al móvil para decirme que se trataba de un día especial para él, que había cerrado no sé que negocio y que quería darse el gusto de follarme en la sala de juntas de la empresa, a esas horas ya desierta, también me dijo que si me preguntaban yo era la socia de la consultora que cerró el trato.

No me pareció mala idea, así conocería una sala de juntas y experimentaría el sexo en un entorno de trabajo y poder.

El guardia de seguridad, previamente informado por mi amigo, me abrió amablemente convencido que yo era una consultora de la empresa que había cerrado el negocio en el extranjero y venía a ver algunos datos con mi cliente que me esperaba en la sala de juntas, piso doce.

El ascensor era de esos metálicos con una voz femenina que te avisa del cierre de puertas, pulsé el botón del doce, me eché un poquito de perfume suave en el cuello y me dispuse a vivir otra aventura.

El ascensor paró en el piso tercero, yo me mantuve tranquila en mi papel, la puerta tardó en abrirse una eternidad, era él, elegante y sonriente, se daba un aire a Harrison Ford en sus buenos tiempos.

Me dijo que la sala estaba en el piso 14, y sólo se podía acceder con llave, mientras me mostraba su llavero y de paso me tomó del cuello levantando mi melena negra y me besó con intensidad, como si se tratase de mi amante y no de mi cliente, eso me gustó e hizo que me empezara a poner en situación, durante el trayecto en ascensor me besó varias veces y comprobó con sus dedos ágiles y largos la textura de mis bragas, la firmeza de mis pechos y el grado de humedad de mi cuerpo, todo un reconocimiento sólo al alcance de los más sofisticados y expertos amantes.

Por fin se abrió la puerta, yo aproveché para ajustarme el vestido que estaba muy arriba y observar el lugar.

Era un salón enorme con moqueta beige, cuadros modernos en las paredes, varias mesitas auxiliares y una mesa enorme de madera oscura brillante rodeado por no menos de veinte butacas de cuero. Al fondo un sofá a juego y varias sillas pequeñas frente a varios ordenadores portátiles.

Mientras dejaba el bolso en el sofá noté su boca en mi oreja y su mano buscando por los muslos su premio, esta vez no era como las anteriores, no empezó con caricias o precalentamientos eróticos, me agarró de la cintura y acercándome a la gran mesa apoyó mi cabeza en la mesa, me abrió las piernas y sin bajarme las bragas del todo me penetró con la precisión de un cirujano y la violencia de un toro bravo, fue tal su ímpetu que no podía levantar la cabeza que él me sujetaba con su brazo derecho, notaba como entraba su polla una y otra vez, mientras me susurraba al oído lindezas como zorra, guarrilla y otras semejantes, era lo más parecido a una violación que había vivido hasta la fecha, me sentía atrapada e indefensa, mientras me empezaba a subir por la zona asediada una ola de placer que anunciaba lo que sería mi primer orgasmo, mezcla de dolor, agobio e intenso placer que me hizo gritar muy alto y tratar de revolverme, algo que no fue posible porque me tenía bien agarrada el muy cabrón.

Tardó una eternidad en sacármela y llevarla a mi boca, yo al fin libre de su brazo y lejos de tratar de huir, me arrodillé y comencé una mamada digna de la mejor película porno, mientras con mi mano izquierda me masturbaba como solo yo sé hacerlo.

Al poco ya estaba vestida únicamente con mi collar de perlas y a cuatro patas encima de aquella moqueta suave y perfumada, gimiendo por los embistes de ese toro bravo, encelado y en plena forma, me volví a correr dos veces seguidas con apenas un minuto de diferencia, notando como un flujo líquido y espeso se deslizaba por mi muslo, fruto de la lubricación natural que me defiende de aquellos que me quieren romper el coño con sus vergas.

Sudábamos los dos a pesar del aire acondicionado y yo con codos, manos y cabeza apoyados en el suelo dejaba muy atrás y levantado mi culito musculado y perfecto, para que hiciera de él lo que quisiera.

La mezcla de olores a maderas nobles, perfume, cuero, moqueta, sudor y flujos naturales hacía que aquel espacio oliera como un harén de esclavas en medio de un oasis, que, aunque nunca estuve en ninguno seguro que olerían parecido, esa atmósfera producía como un elixir del sexo, irresistible que nos hacía a los dos cuerpos enlazados tratar de prolongar el momento y hacerlo eterno.

Cuando noté como me agarraba de mis dos tetas con aquella fuerza, supe que se estaba a punto de correr, por lo que me preparé para recibir su regalo dónde a él le apeteciera ofreciéndole tanto mi cuerpo desnudo como mi boca de labios pintados y perfilados de rojo oscuro.

Sacudiendo su polla rígida como un palo, comenzó a regarme por todas partes, la cara. los pechos, el pelo, la tripa… parecía un surtidor de nata líquida.

Justo en aquel instante y en aquella circunstancia, sonó la cerradura de la puerta.

Me quedé helada, era la situación que más temía en mi vida, y allí estaba yo desnuda, con todo mi cuerpo lleno de sudor, regado de semen y una expresión de miedo, mayor incluso que la de mi ejecutivo amante todavía con el pito en la mano…

  • Perdonad…venía a conocer a la consultora que cerró el contrato, pero no esperaba conocerla de esta manera…
  • No es lo que parece, le respondimos casi a la vez, sabiendo que es la excusa más estúpida del mundo para este tipo de situaciones.
  • Ya, vale, pues lo que parece es que lleváis un buen rato follando, ja ja ja

Aquel hombre no parecía enojado ni tenía la apariencia de denunciar el asunto a la dirección de la empresa pues resultó ser un colega de mucha experiencia en negocios a lo largo de todo el mundo y que sospechó que algo raro había con la consultora recién llegada…y acertó.

No me quedó más remedio que, por mi propia seguridad y mantener el secreto profesional, ofrecerle al recién llegado la posibilidad de una coreografía, en la que yo les ofrecía tres vías de penetración en mi cuerpo, sin límites…

El recién llegado tardó menos de un minuto en desnudarse, abrió un minibar oculto en uno de los muebles sacó una botella de Black Label, hielo y nos sirvió tres vasos, al poco me señaló una puerta de madera tras la cual había un cuarto de baño espectacular con ducha, al que me dirigí, mientras con ojos maliciosos recogía con mi índice unas gotitas blancas y espesas que tenía todavía en uno de mis pechos y me lo llevé a la boca…

Ya bajo la ducha tibia me enjabonaron cuatro manos frotando con suavidad mis pezones y mi clítoris, yo estaba como nueva, el susto de ser descubierta in fraganti, me había sacado toda la adrenalina de mi cuerpo, que ahora relajado se abandonaba a caricias jabonosas por todo mi cuerpo, sin dejar ningún espacio sin su caricia.

Me dejé hacer de todo, por delante y por detrás, tratando de disfrutar al máximo de aquellos cuerpos varoniles y atléticos, que me trataban como a una hembra en celo pujando entre ellos por ver quien lograba proporcionarme mayor número de orgasmos.

Amanecía en aquella sala de juntas.

Nos fuimos poco antes de que apareciera la señora de la limpieza, por el ascensor privado directos al parking. Me dolía todo el cuerpo, pero estaba feliz porque fue una noche con susto pero mágica e irrepetible, tenía aquel olor en mi cerebro que hoy todavía puedo recordar, sin poder evitar esbozar una sonrisa.